REENCUENTRO CON TU NIÑA INTERIOR
Todos hemos sufrido en la infancia. Unos más que otros, pero nadie puede eludir el verdadero propósito que hemos venido a realizar en este plano de conciencia.
Aquel dolor emocional que vivimos de niños y que reaparece insistentemente en nuestras vidas es en realidad la puerta de entrada hacia una mayor comprensión sobre por qué la mayoría de las veces acabamos haciendo justo lo contrario de lo que nos habíamos propuesto hacer, o posponiendo lo que sabemos que nos hará bien, generando en nuestras vidas frustración, ansiedad, conflictos y todo tipo de situaciones que no deseamos.
La respuesta es que esas emociones que tanto nos esforzamos en no sentir son el único camino de vuelta a nuestra esencia, a lo que quedó oculto bajo aquellas heridas. Así, huyendo del dolor generamos más dolor, repitiendo conductas tóxicas y autodestructivas que nos mantienen “distraídos” con nuestros problemas y lamentaciones, sin darnos cuenta de que se trata de un mecanismo inconsciente del que necesitamos liberarnos si de verdad queremos construir la vida de paz, amor y plenitud que tanto anhelamos.
Nuestra niña interior vive en la ilusión de estar separada del Todo, y esta ilusión es el origen de todas sus heridas emocionales. Esta creencia de estar separados de la Fuente nos hace vivir en la culpa, el vacío, la soledad y el miedo, pues nos hemos identificado con toda esa carga emocional que vivimos en el pasado, y en base a ella construimos y seguimos cargando con ese personaje al que erróneamente llamamos Yo.

¿Cómo se produce esta idea de estar separados de la Fuente?
De niños no terminamos de sentirnos queridos del todo, porque nuestros padres sí que nos querían, pero era un amor limitado y con exigencias, pues tenemos que asumir que realmente en este plano de conciencia nadie sabe amar de verdad. Ni ellos se querían completamente a sí mismos, ni pudieron darnos un amor puro e incondicional.
Entre los dos y medio y tres años, empezamos a vivir una desconexión con nosotros mismos, con la esencia de amor que somos. Esto ocurrió porque a esa edad las neuronas ya están capacitadas para procesar y aceptar los mensajes y las normas que vienen de fuera, y la niña empieza a darse cuenta de que el exterior la valora por cómo actúa, no por lo que ella es. Así, llega a creer que su manera de hacer las cosas y de comportarse es más importante que ser ella misma, por lo que hace esta desconexión con su centro. Desde ese momento se vuelca por completo en el exterior, buscando en él ese apoyo interno de amor, seguridad y valoración que ha perdido. Es lo que en muchas religiones se ha llamado metafóricamente “la expulsión del paraíso”.
Pero llega un momento en el que ese exterior también le falta, bien porque a veces no puede ser atendida, o porque la regañan, o no la comprenden. No fue amada como necesitaba y entonces, al sentir que le falla el único sustento que le quedaba, experimenta por primera vez la angustia, un vacío aterrador provocado por los pensamientos que aparecen en su mente: “No me hacen caso porque soy mala” “algo falla en mí”. “no sé hacer las cosas bien”, “soy débil”, “no soy importante”, etcétera, pues aún no tiene capacidad para razonar y entender que sus padres o no tienen tiempo, o tienen sus propios problemas sin resolver. En realidad ella sólo sintió una emoción (tristeza por el abandono, soledad, miedo…), pero su mente añadió todo lo demás, dando lugar al inicio de la formación del sistema de creencias y de la programación mental inconscientes que condicionarán su vida futura.
A los tres años, sepultamos nuestra angustia existencial en el subconsciente para no volver a sentir aquel dolor aterrador.
Ahora siente que no tiene apoyo interno ni externo y vive un vacío desgarrador, un gran dolor afectivo y una angustia de miedo y soledad insoportables que sepulta en su inconsciente para no volver a sentirlos. Su mente empieza a construir los programas, las máscaras, las creencias, las corazas, en definitiva, los personajes que se transformarán en su ego, y que le servirán para escapar de ese terror a toda costa. Así, irá adoptando diferentes maneras de responder a su entorno, buscando siempre sentirse querida, vista, valorada y reconocida. “Si soy buena no me abandonarán”, “si soy fuerte, me valorarán”. “si estudio mucho, me considerarán”, etcétera.
De esta manera, a partir del momento en el que creímos ser un ente separado, nuestra mente empezó a construir los mecanismos que forjarían nuestra falsa identidad, nuestro ego, con el único objetivo de impedir que volviéramos a sentir aquella angustia.
Venimos a este plano de conciencia a experimentar la realidad divina que somos, y esta realidad nos viene dada en potencial, para que lo desarrollemos. Somos Plenitud, y su semilla se manifiesta en el plano físico a través de tres centros de energía fundamentales. Cada cual, en la medida en que su alma así lo haya elegido, tendrá que trabajar más unos centros u otros. Estos tres potenciales son el Amor, la Sabiduría y la Fuerza. A lo largo de la infancia, pasando por la adolescencia y hasta llegar a la vida adulta, todos hemos experimentado tres tipos principales de angustia, que se asocian con tres heridas fundamentales que a su vez están relacionados con estos tres centros energéticos.
Dependiendo de la intensidad y de la repetición de los hechos que nos dolieron, y de otros factores como la personalidad de los padres o la edad a la que vivimos el daño, a unos nos afectará más una herida que otra, pero todos hemos vivido las tres, y son las siguientes:.

Herida afectiva (centro de Amor)
La niña vive la sensación de caer en un pozo oscuro. Hay mucha soledad, tristeza y un sentimiento profundo de haber sido abandonada. Esto le impide desarrollar su potencial de amor, pues es lo que ha venido a trabajar: la afectividad. Se sintió no querida y muy sola, y no les echa la culpa a los padres, sino a sí misma (en la adolescencia sí que lo hará). Se convierte en una niña buena para no volver a sentirse abandonada, y alberga mucha culpa en su interior.
Desarrollará unas dinámicas de necesitar hacer siempre lo que la sociedad, la familia, la religión, dicen que es lo correcto. Tiene una gran inseguridad en sí misma, se calla, se esconde, tiene muchos miedos. Anula su energía, porque asocia su fuerza con la agresividad y siente que eso es algo malo. Con el paso de los años se creerá responsable de la felicidad de los demás y llevará mucha rabia reprimida en su interior. Buscará en el exterior que la quieran y la valoren, convirtiéndose en una persona muy dependiente emocionalmente. Esta energía se manifiesta a partir de los tres años.
Herida de valoración (centro de Sabiduría)
No se ha sentido vista ni valorada, sus capacidades no han sido reconocidas. No ha desarrollado su potencial con respecto a su valía, sus capacidades reales. Los padres no eran autoritarios o iracundos, simplemente estaban muy ocupados en sus asuntos para verla. Ha venido a trabajar la sabiduría, la comprensión última del sentido de su vida. Se convierten en personas aisladas, solitarias y muy controladoras desde la cabeza, pues ahí encuentran su seguridad y la huida de la angustia. Han cerrado su corazón, piensan que sienten, pero en realidad han bloqueado sus emociones y las viven desde la razón. Necesitan comprenderlo e intelectualizarlo todo, así como ser consideradas y admiradas.
Esta energía se activa a partir de los siete años, haciendo su aparición especialmente en su vida escolar: se convertirá en un fracaso siguiendo el principio de Pigmalión, o hará todo lo contrario buscando el reconocimiento perdido a toda costa.
Herida de seguridad (centro de Fuerza)

Se ha sentido invadida y débil. No ha desarrollado su potencial de energía, su fuerza. Ha venido a trabajar la seguridad en sí misma, a descubrir que su verdadera fortaleza está en su vulnerabilidad. Siente que no existe, que no es importante. Vive la angustia y piensa: “el exterior es peligroso, me tengo que proteger de él”, “no sé quién soy”.
Los padres suelen ser personas autoritarias y enfadadas y ella se siente débil e insegura, pues no ha podido desarrollar su sentido de pertenencia. En muchos casos, serán niños que han vivido maltratos o abusos. Ha escuchado frases del tipo “no me molestes”, “eres tonta”, y en su interior siente “no sé”, “no valgo”, pero al contrario que las anteriores, esta niña se rebela y su mente le dice: “Voy a ser muy fuerte”, “Mamá y papá no saben, yo tengo la razón”. Esto le ayuda a acallar su angustia pues le hace sentir segura, y así aprenderá a autoafirmarse y a llevar la voz cantante para no perder esa falsa sensación de seguridad.
A medida que vaya creciendo se enfadará a menudo y tenderá a culpar al exterior de sus problemas, también buscando tapar su angustia. No puede reconocer que en el fondo se siente débil e insegura y en su afán de seguir siendo fuerte, cuidará y protegerá a los débiles, pero rechazará y juzgará a los sosos, los inactivos, pues así fue como se sintió de pequeña. Se activa en la adolescencia a través de una actitud rebelde y subversiva.
La huida de la angustia
A medida que vamos creciendo nos identificamos cada vez más con nuestra mente, con esa identidad que hemos construido a base de moldearnos para que el exterior nos quiera y no vuelva a abandonarnos. Así, tal como aprendimos de niñas, perpetuamos el patrón de vivir hacia afuera, alejándonos cada vez más de nosotras mismas. Sin darnos cuenta, hemos adquirido el hábito de seguir tapando aquel vacío inicial y buscamos fuera cómo llenarlo, sin comprender que nadie puede hacerlo salvo nosotras mismas. Preferimos que otros lo hagan, y lo buscamos a través de las relaciones, sustancias, experiencias intensas, sexo, trabajo, y de esta manera al menos conseguimos que la angustia desaparezca puntualmente, queriendo creer que esos momentos de “bienestar” son la felicidad que tanto anhelamos. Pero no. La felicidad es algo muy diferente.
Al hacer esto, la emoción principal que solemos tapar es el miedo, que es la base de todas las demás: miedo de sentirme pequeña, de sentirme triste, de sentirme rechazada, incomprendida, sola, etcétera. Cuando te niegas a sentirlo, inevitablemente va a emerger en ti otro estado mental que te desagradará aún más, pero al que ya te has acostumbrado.
Esto ocurre de la siguiente manera: en algún momento, como nos pasa a todos, vienen a tu vida situaciones o personas que te asusta afrontar. Al negarte a sentir de verdad la emoción del miedo (porque realmente no has aprendido cómo gestionarlo), aparece la ansiedad, que no es más que la manifestación física, visible, de la angustia que estás ocultando. Por esto es por lo que en ocasiones vivimos crisis de ansiedad sin una causa aparente, porque ya tenemos el patrón inconsciente de negar nuestras heridas cuando aparecen y dejarlas sin ser escuchadas y sin sanar.

Siempre que sentimos miedo, se ha activado en nosotros alguna de las tres heridas fundamentales: tengo miedo de no ser querida, de sentirme vulnerable, o un miedo de identidad, de no saber quién soy. Cada vez que emerge la sensación y buscas en el exterior una salida (tu novio te deja y sales por las noches para conocer a otra persona enseguida y así no sentir tu soledad), te sentirás cada vez más ansiosa y no sabrás por qué. El motivo es que al negar la emoción, automáticamente se dispara en tu mente toda esa programación inconsciente: cada vez que surge una emoción en ti, la mente la cataloga rápidamente y echa mano del programa correspondiente a la herida en cuestión.
Por ejemplo, si sientes miedo porque te has quedado sin trabajo, se trata de una herida que tiene que ver con la inseguridad, y tienes una oportunidad para trabajar con el potencial de tu fuerza, de tu energía creadora. Pero como aún no sabes hacerlo y vives atrapada en tu mente, aparecerán los mismos pensamientos que te dijiste de niña cada vez que te sentiste insegura, y será algo totalmente inconsciente: “soy una inútil”, “soy una fracasada”, “no sé hacer nada bien…”. ¿Vas pillando cómo funciona? Tú no te darás cuenta, pero serán estos pensamientos los que te hagan sentir mal y ansiosa. Mientras sigas sin hacer consciente este proceso en ti, será imposible que puedas salir del circuito interminable y que puedas desarrollar tus potenciales. Y ahora tengo buenas noticias para ti: ¡tú no eres tu mente ni tus pensamientos, eres la Conciencia que puede observar a la mente!

Resumiendo todo lo anterior, todos nosotros hemos vivido de niños situaciones concretas con unas emociones concretas, y desde ese momento empezamos a construir nuestro sistema de creencias y nuestra programación mental, en definitiva, el ego. Y éste, a través de sus juegos mentales, siempre buscará que no volvamos a sentir esas emociones, pues está convencido de que detrás de ellas está aquella angustia que sintió al verse sin ningún tipo de sustento.
Lo que hacemos después de negar la emoción y generar la ansiedad es enfadarnos o sentirnos culpables. La energía del enfado nos da una ilusión de fortaleza, que aunque no es real, sí nos ayuda a escapar momentáneamente del vacío que subyace en todo lo que nos está pasando, al impedirnos mirar a nuestra herida. A través de este enfado proyectamos fuera nuestro malestar, echamos la culpa a los demás y les juzgamos, echando por tierra la oportunidad de sanación que la situación, con el miedo, traía consigo (“mira lo que me ha dicho”, “debería haberme acompañado, es una egoísta”…).
Nos cerramos, levantamos corazas y creamos más soledad y tristeza, sin ver que ahora nos toca a nosotras aprender a darnos lo que no pudieron darnos en su día. Con la culpa ocurre algo parecido, pero en vez de proyectar el malestar en el exterior lo hacemos en nosotras mismas: “siempre estoy igual”, “no tengo remedio”, “a ver si aprendo de una vez, parezco tonta”…y el resultado es el mismo: no es más que una escapatoria para evitar sentir la tristeza, la soledad, la vulnerabilidad, o el miedo.
¿Y qué ocurre cada vez que caemos en esta trampa? Nos paralizamos y nos bloqueamos, generando más ansiedad. Como ya he dicho, esa emoción que ha quedado sin ser escuchada hace que emerjan en tu mente las creencias y los programas inconscientes asociados a la herida que la situación haya activado en ti, y estos programas, al final, te llevan siempre a enfadarte con los demás o a culpabilizarte.
La herida que viviste de niña cobra vida en el presente pidiéndote a gritos que la escuches, y todo este batiburrillo de pensamientos se dispara dentro de tu cabeza sin que probablemente te des cuenta, ya que aún no tienes el hábito de observar a tu mente. Pero el hecho de que sea un acto inconsciente no significa que no te afecte. Te afecta, y mucho. Mucho más de lo que piensas. Estos pensamientos están generando emociones que vibran en consonancia, y estas emociones son precisamente las que provocan más ansiedad y bloqueo a la hora de buscar la acción más saludable y satisfactoria para ti. Como ya sabrás, un pensamiento que te dice “Soy tonta, no puedo”, no va a provocar en ti una emoción de alegría y de seguridad, ¿a que no?
Y así, vives atrapada en una espiral repetitiva que se podría plasmar de la siguiente manera:
Situación desagradable—Niego la emoción— Aparecen los programas mentales
Genero ansiedad
Me enfado hacia fuera, o me culpo—Genero más ansiedad
Aparece otra situación desagradable o se repite la misma—Repito el ciclo
Siento cada vez más impotencia y frustración.

La vida te quiere y te cuida
Ahora te voy a explicar qué hace la vida contigo para ayudarte a que salgas del sueño en el que estás atrapada y descubras el verdadero sentido de tu existencia.
La vida sólo quiere darnos, cuidarnos y ayudarnos en nuestro proceso hacia el despertar, pero necesitamos aprender y comprender sus maneras de hacerlo. Esas partes que has separado de ti, que has negado y rechazado, te las va a poner delante una y otra vez a través de tus relaciones y situaciones, como una oportunidad para que puedas verte. Te va a hablar con cada situación que te pone delante y te va a agrandar tus heridas, para que no te quede más remedio que mirarlas de frente. Por ejemplo, a un rebelde que ante todo evita sentirse débil, le traerá situaciones que le hagan sentir vulnerable e impotente Como te he explicado, cuando aparece la angustia el ego siempre se moverá para que no mires dentro de ti, pero la vida no te va a permitir seguir haciendo esto. Porque te quiere y te cuida, te tiene que llevar a revivir esa angustia hasta que seas capaz de sanarla, y lo hará principalmente a través de tu entorno más cercano: pareja, hijos, familia, trabajo, etcétera. Esas personas a tu alrededor tienen que decepcionarte, para que salgas por fin de los viejos patrones y mires lo que necesitas mirar dentro de ti.

La vida, que en realidad eres tú misma, te trae esa experiencia porque necesitas sanar tu miedo, tu impotencia, tu tristeza, y no el enfado, que es adonde te lleva el ego al rechazar esas emociones genuinas. Cualquier conflicto o situación desagradable que estés viviendo, es una oportunidad para comprenderte y amarte sintiendo ese miedo y ese dolor, pero tú, como todos, has hecho del enfado, los juicios y el ataque un hábito malsano. Y cada vez que te enfadas o juzgas, estás desaprovechando la oportunidad de entrar en ti.
¿Cómo puedo hacer el cambio?
Si has llegado hasta aquí, significa que te encuentras en el punto más importante del proceso: has decidido sanar y cambiar tu vida. ¿Cómo lo vas a hacer? ¿Cómo vas a poder liberarte de esa inconsciencia automática y crear la vida que realmente deseas? Supongo que a estas alturas ya te lo estarás imaginando…
Te podría decir que aceptes tus emociones, y que si lo haces, tu mente ya no juzgará más y te mantendrás en tu esencia. Te podría decir que si sientes miedo, abraces a tu miedo. Que aceptes todo lo que la vida te trae, con el dolor incluido, pues mientras sigas teniendo heridas sin curar, ese será el único camino de vuelta al Ser. Te podría decir también que mientras sigas en el enfado no sanarás nada y la vida seguirá agrandando las situaciones conflictivas ante ti.

Y tú, muy bien podrías responderme: “Pues vale, Olga. Me quedo exactamente igual”. Y con razón. No sirve de nada que te diga todo lo anterior sin más, pues aunque es cierto, a lo largo de tus primeros pasos hacia el despertar necesitas un mapa o un acompañamiento que te sirva de guía.
Empieza a cuidar a tu niña interior en este mismo momento y llámame para agendar una cita. ¡Será el mejor regalo que te habrás hecho en mucho tiempo!

*En mi libro “Abuso sexual en la familia: sanando una herida transgeneracional” (de donde he extraído este fragmento), encontrarás mucha más información y varios ejercicios muy poderosos que te podrán servir de ayuda. Si lo prefieres, contacta conmigo y estaré encantada de acompañarte en tu proceso hacia tu nueva vida.